Carlina Domínguez Tello
Experta en mejora continua de calidad
del Institute for Healthcare Improvement (Boston),
Asesora senior de calidad del Hospital
Infantil Los Ángeles
“Toda mejora requiere cambios, pero no todos los cambios resultan en mejora”, dice el Institute for Healthcare Improvement de Boston en su modelo que, en el caso colombiano, puede ser muy oportuno.
Hablar de modelos diferenciales de atención en salud en las zonas rurales y dispersas es posible cuando se tienen en cuenta las necesidades y expectativas de la población y los determinantes de las desigualdades sociales en salud. Y para llevar a cabo estos modelos, además, se requiere una mirada aterrizada a la realidad de las comunidades, articulación de todos los actores y no menos importante: que los cambios propuestos lleven a verdaderas mejoras.
Para empezar, hay que decir que en Colombia influyen el contexto social, político y económico, aunado a los modelos de desarrollo, la situación de los campesinos, la territorialidad, los diferentes grupos étnicos como población indígena y afrodescendientes, entre otros. Estos se desarrollan en condiciones de trabajo y empleo específicas de sus contextos con desigualdades e inequidades, especialmente en temas como educación, vivienda y servicios públicos.
Las entidades territoriales generalmente se enfocaban en la reorganización de sus redes de prestadores en aspectos de habilitación y acreditaciones. Y por eso, desde el Ministerio de Salud se definió el Modelo de Atención Integral Territorial (Maite), el cual respondió a un mandato del Plan Nacional de Desarrollo 2018– 2022, adoptado mediante la Ley 1955 del 2019.
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Esta ley definió dentro del llamado Pacto por la Equidad una línea de “Salud para todos con calidad y eficiencia, sostenible por todos”, que precisa como uno de sus objetivos “articular todos los agentes del sector salud en torno a la calidad”, Allí se incluye, además, la estrategia de “operativizar los modelos especiales de atención desde lo local, con enfoque integral para el paciente y diferencial para las zonas rurales con población dispersa”.
Este enfoque permite redefinir el modelo integral de atención en salud en términos de calidad y centrado en el paciente, desarrollando para el efecto “lineamientos para la implementación de modelos de atención en salud con enfoque de atención primaria en salud, salud familiar y comunitaria, territorial, poblacional y diferencial, los cuales serán definidos por cada departamento, distrito y alcaldía de ciudad capital”.
¿Cómo construir entonces modelos cercanos a las realidades de nuestra población y nuestros territorios? Se requiere que los factores contemplados estén realmente vinculados al territorio, a la interculturalidad de las intervenciones y a la etapa de la vida, así como a la articulación de actores, de acuerdo con las necesidades regionales.
Actualmente hay experiencias de modelos diferenciales desarrollados en territorios orientadas a intervenir los principales problemas identificados en los perfiles de morbilidad y mortalidad locales. Y ha sido posible, por ejemplo, impactar la razón de morbilidad materna extrema, disminuir la desnutrición en la primera infancia, mejorar el acceso a los servicios y la adherencia a rutas, guías y protocolos, disminuir tiempos de espera y lograr una articulación entre los aseguradores, secretarias de salud departamentales y municipales y prestadores de servicios.
Ahora, si se quiere pensar en modelos disruptivos para la gestión integral del riesgo, redefiniendo el rol del asegurador, se debe contemplar el fortalecimiento de las herramientas de mejora para el recurso humano, de la mano de la innovación y la apropiación del conocimiento.
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El modelo de mejora del Institute for Healthcare Improvement de Boston presenta una frase que en el caso colombiano puede ser muy oportuna: “Toda mejora requiere cambios, pero no todos los cambios resultan en mejora”. Bajo esa premisa, este modelo provee herramientas ya validadas que permiten medir y ver el impacto real de las acciones orientadas a las comunidades en su contexto.
Se trata de una metodología estandarizada que requiere, en primer lugar, la conformación de equipos interdisciplinarios que reciban formación para el uso adecuado de herramientas de calidad que ayuden a realizar el diagnóstico, establecer líneas de base del problema y definir las metas. Posteriormente, se dan herramientas como el diagrama conductor que ayuda a ver el contexto global de los proyectos susceptibles de mejora e identificar las ideas de cambio que surgen de las instituciones, pacientes, familia y sociedad.
El modelo, en concreto, da respuesta a tres preguntas: ¿Qué queremos lograr? Cuya respuesta ayuda a definir una meta para la cual se requiere una línea de base. ¿Cómo saber que el cambio implica una mejora? Esto, a través de indicadores definidos de resultado, de proceso y de balance. ¿Y qué cambios se pueden hacer para lograr una mejora? Donde se recogen todas las ideas de cambio que se llevan a ciclos rápidos de mejora que se constituyen en motor de aprendizaje.
La aplicación de este modelo puede conllevar a la interacción coordinada de las entidades territoriales, a cargo de la gestión de la salud pública, de las aseguradoras y de los prestadores de servicios de salud. Y, adicionalmente, permite la coordinación intersectorial y transectorial con la participación social y comunitaria realmente centrada en el usuario.
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