Un ser humano recién nacido resulta ser un pequeño cuerpo, frágil, incompleto, complejo e inadaptado. Quienes han llegado a la edad adulta deben tener las herramientas físicas y mentales para enfrentarse al recibimiento de una nueva vida y entender cuáles son sus condiciones primarias, con todas las implicaciones que eso conlleva. Existe una condición llamada síndrome del niño sacudido (SBS); una lesión cerebral severa provocada por sacudir intensamente a un bebé o niño pequeño.
Según definiciones teóricas ya descritas, el síndrome del niño sacudido generalmente ocurre cuando un padre o la persona a cargo sacude con intensidad a un niño pequeño, por frustración, enojo o para intentar reanimarlo. El resultado puede ser el daño cerebral permanente o la muerte. «Los síntomas incluyen irritabilidad, dificultad para permanecer despierto, convulsiones, respiración anormal, mala alimentación, hematomas y vómitos».
Lea también: en Colombia, la mayoría de los hechos violentos hacia niños, niñas y adolescentes se dan en el núcleo familiar
Sin duda, este síndrome es un tipo de los tantos que se cuentan dentro del flagelo de maltrato infantil. Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), el maltrato infantil se define como los abusos y la desatención de que son objeto los menores de 18 años e incluye todos los tipos de maltrato físico o psicológico, abuso sexual, desatención, negligencia y explotación comercial o de otro tipo, que causen o puedan causar un daño a la salud, desarrollo o dignidad del niño, o poner en peligro su supervivencia, en el contexto de una relación de responsabilidad, confianza o poder. «La exposición a la violencia de pareja también se incluye a veces entre las formas de maltrato infantil».
El SBS es una forma de abuso físico, caracterizada por una variedad de signos clínicos que incluyen la presencia de un hematoma subdural o subaracnoideo o un edema cerebral difuso y hemorragias retinianas, en ausencia de otras muestras físicas de lesión traumática (golpes). Las sacudidas por aceleración pueden causar lesiones cervicales severas de la médula espinal o del tronco del encéfalo en un niño.
Lea también: Colombia demuestra una dramática realidad frente al abuso sexual en menores
Según detalla el investigador y neurólogo Miguel Rufo Campos, en una publicación hecha para Scielo en el año 2006, cuando se produce una lesión cerebral severa como consecuencia de una sacudida de la masa encefálica- bien sea por un maltrato infantil intencionado o como causa de maniobras de reanimación en las que el niño es zarandeado de forma inconsciente- siempre va ocurrir antes de los tres primeros años de vida, y en su gran mayoría, en el transcurso del primer año.
En estudios de incidencia realizados en Estados Unidos, muestran que el porcentaje de casos de traumatismos infringidos previamente al niño de forma voluntaria es muy alto y en la mayoría de los casos puede originarse por malos tratos.
«Sacudir a un bebé o a un niño pequeño, o el simple hecho de jugar a lanzarlo por el aire puede causar graves complicaciones como hemorragias dentro del cerebro, hemorragias en la retina, daños en la médula espinal y el cuello, además de fracturas de las costillas y otros huesos e incluso, en el peor de los casos, la muerte del menor».
Alejandro Aravena, pediatra y especialista en emergencias pediátricas del Hospital Regional Coyhaique de Chile.
«En cuanto a las personas que cometen el maltrato, por orden de frecuencia son, los padres, los compañeros sentimentales de las madres, las mujeres que cuidan a los niños en sus casas, y, por último, las madres», indican las investigaciones hechas por el Dr. Miguel Rufo Campos.
En un reciente estudio sobre el análisis del daño cerebral que se produce en este síndrome se señala que los niveles de velocidad y aceleración de la cabeza que se describen comúnmente, generan fuerzas que son demasiado grandes para lo que puede soportar el cuello de un niño pequeño, y que en un alto porcentaje de los casos, se puede producir una lesión severa o letal del cordón espinal cervical, o del tronco del encéfalo.
Según el Dr. Rufo, la evolución natural del síndrome es hacia un daño cerebral secundario, que habitualmente condiciona un retraso mental más o menos marcado y/o un déficit neurológico. De forma excepcional puede evolucionar hacia una encefalopatía epiléptica infantil. En algunos casos, tras varios años de seguimiento, se han observado comportamientos autistas.