El carcinoma ya no está en su cuerpo, pero Alejandro Gaviria sabe que lo acechará siempre. La incertidumbre es el nombre del juego de su vida. Es conciso en sus argumentos y cada tanto cita a sus autores preferidos, igual como hizo en su libro, Hoy es siempre todavía. A Nietzsche, por ejemplo: “Deberíamos vivir cada día como si lo tuviéramos que repetir un número infinito de días”.
Tal vez vivir bajo esa premisa parece imposible, pero es ahora su principio, su ideal. Su utopía.
Construyó el libro entre enero y febrero de este año. ¿Puede narrar alguno de los estallidos creativos que le ayudaron a hacerlo?
“Uno puede hacer casi cualquier cosa si se organiza. Método y voluntad son las dos palabras que me acompañan y querer hacerlo. Cuando me senté a escribir el dos de enero ya tenía una libreta pequeña con cada capítulo delineado. Tuve estallidos creativos los fines de semana. Uno de ellos fue a finales de enero, que escribí capítulo y medio. Fue un esfuerzo continuo, yo en esos días no dejé de escribir un solo día y sabía que tenía que ser así. Este es un libro coyuntural, quise escribirlo cuando terminara el ministerio, pensé que había más o menos una idea, pero me di cuenta de que tenía cierta urgencia, que si no lo escribía ahora no lo iba a escribir nunca y esa convicción me animó en ese proceso de escritura.
Para ser sincero utilicé cosas que ya había escrito. Por ejemplo, esa lista de cosas que yo quisiera hacer, que había compartido en entrevistas. El libro, lo digo en la introducción, es una antología de poemas leídos, de libros releídos, de fragmentos de novelas que me habían quedado en la memoria. En retrospectiva, no lo concebí así en un principio. Mejor dicho, es de esos libros que uno tenía por dentro”.
¿Para quién lo escribió?
“Pensé en dos tipos de personas. Quiere ser un testimonio de reciprocidad, un acto de gratitud, una declaración de cariño y aprecio por tanta gente que me apoyó durante este proceso. Por eso tiene agradecimientos bastante extensos. También pensé en los compañeros de lucha, los pacientes de cáncer, porque en algunas entrevistas que había dado durante mi tratamiento recibí muchos testimonios que decían, ‘sus entrevistas fueron para mí una terapia, la he oído cuatro y cinco veces’. Entonces casi desde el comienzo percibí que podría tener esa utilidad y como este tiene unos elementos autobiográficos, pensaba en mis amigos del colegio.
Es paradójico que a pesar de que el público o la audiencia pensada era más o menos estrecha –era un texto íntimo–, me he dado cuenta en estas dos semanas de que ha tocado a muchos más lectores de los que pensé, incluso no son enfermos de cáncer, pero que están interesados en temas que nos competen a todos: la vida y la muerte”.
En un fragmento dice que las ideas son un método para mejorar las condiciones de salud ¿Es por esto que hay una antología de lecturas personales y poemas?
“Sí, la literatura puede ser terapéutica. En el fondo la poesía es una reflexión y celebración de la vida. Después supe, esto no lo había dicho, que la revista más importante de medicina del mundo que es el Journal of the American Medical Association (JAMMA), tiene una sección que se llama salud y poesía, precisamente recogiendo este punto”.
¿Este era el propósito o, como ha dicho, dar testimonio de amor y gratitud?
“No puedo decir que yo tuve un propósito terapéutico. Quería que alguien leyera el libro y por lo menos por algunas horas sintiera cierta tranquilidad o que leyera una frase y la subrayara y con eso sintiera felicidad. Tampoco puedo decir que quise hacer un libro terapéutico ni de autoayuda, aunque podría tener ese fin”.
De hecho, está en estanterías de textos de superación personal…
“Al comienzo me dio un poco, dijéramos, inquietud. Yo le digo a los compañeros de trabajo y a mis hermanos y a mi papá que estoy en la etapa Paulo Coehlo de mi carrera, mamando gallo. En el fondo los escrúpulos que tenía al principio ya se me quitaron y en un párrafo del libro digo qué más da, casi todo es autoayuda. En el fondo la poesía es una forma sofisticada de autoayuda. Entonces ya no me importa”.
Cita Las crónicas del cáncer, de George Johnson, mencionando que así se podría haber llamado el suyo. ¿De dónde salió Hoy es siempre todavía?
“Hay como tres títulos que me dieron vueltas en la cabeza, ese era uno, porque este trabajo cuenta la crónica de una enfermedad o de un enfermo, pero el original que yo tenía escrito en la primera hoja de mi agendita era El cáncer es como la vida, que se transformó en un subtítulo.
El nombre viene de un epígrafe que hace parte del primer capítulo de ese fragmento de Antonio Machado, muy famoso, casi un lugar común: ‘El doctor no sabía que hoy es siempre todavía’. No fue una selección mía sino de los editores de Ariel. Les parecía, creo yo, no les he preguntado, que El cáncer es como la vida es un título duro, fuerte. A pesar de que en la introducción intento explicar por qué el cáncer es como la vida, les parecía que no era claro lo que decía. Ahora me parece que este nombre ha llamado la atención, ha sido exitoso y finalmente recoge esa urgencia que sentimos los pacientes de cáncer. Ese llamado que hago a celebrar la vida, a cultivar el asombro, a disfrutar las diminutas dichas”.
Sobre el linfoma no Hodgkin que padeció, ¿su tratamiento tuvo algunos privilegios por su posición?
“En el capítulo seis lo narro y lo cuento de dos maneras, una personal e íntima en la que no puedo negar que tuve unos privilegios, pero trato de cuantificarlo y creo que los más visibles para cualquier paciente de cáncer, los más antipáticos, los que preocuparían a la gente no fueron que tuve una habitación más grande, sino oportunidad, esa es la palabra de los privilegios. Trato de hacer una comparación entre dos tiempos: el de la sospecha del diagnóstico, al definitivo, y de allí al comienzo del tratamiento. En mi caso, desde esa primera sospecha pasaron algunas semanas; para un paciente típico pasan dos o tres más. Eso no es lo que me preocupa, la diferencia entre el ministro tratado de cáncer y el paciente típico del país. Lo que me preocupa es que hay algunos, sobre todo habitantes de zonas rurales, del régimen subsidiado, o de algunas EPS, que no están funcionando bien, que no son los típicos, que no son la norma ni la mayoría, para ellos sí hay muchas demoras. En el libro digo que son como el 15 % o 20 %”.
¿Usted tiene prepagada?, ¿su tratamiento es el que está en el plan de beneficios disponible para cualquier colombiano?
“Sí tengo prepagada y sí, a mí me dieron el coctel de medicamentos que le dan a cualquier colombiano con linfoma no Hodkin. Esto hace parte del derecho de todos, hoy en día y en la gran mayoría de casos ese tratamiento está disponible sin pagar un solo centavo”.
La ignorancia política, menciona, puede ser buena para la salud, pero en el libro parece aprovechar para explicarse en muchas de sus decisiones, así como en dar contexto sobre el sistema de salud y su burocracia. ¿Usa esta obra para justificar algunas falencias del sistema de salud o explicarlo?
“Hay dos o tres momentos que no son los principales en los que trato de explicar cómo funcionan los sistemas de salud, las complejidades que son inherentes, que son estructurales. Me tocaba, porque en el fondo es un testimonio de una coincidencia irónica: soy un enfermo de cáncer y también el ministro de Salud. Así que no es solo el testimonio de un paciente, sino de un ministro paciente y eso me tenía que llevar a hablar del sistema de salud en Colombia, de los problemas de los sistemas de salud que conozco, he estudiado, he sufrido, he vivido y sobre los que no hay un conocimiento en la mayoría del público. Una de las grandes paradojas de las democracias modernas es que la seguridad social es lo que más importa, pero los sistemas de seguridad social son tan complejos que la gente no los entiende y lo que ve es un engranaje burocrático muchas veces insensible.
Detrás de todo esto hay muchas personas trabajando todos los días, y cuando hablo de las complejidades administrativas y éticas creo que es un esfuerzo por hacer pedagogía sobre esa complejidad de los sistemas de seguridad social. Si se quiere, yo defiendo algunos aspectos de nuestro sistema de salud que no han sido valorados suficientemente por la sociedad. Colombia, por ejemplo, es el país de América Latina que más ha avanzado en la protección financiera de los pacientes de alto costo. Si vas a un país como México, Brasil e incluso Argentina, encontrarás que las noticias son que alguien está haciendo una colecta en el barrio para un tratamiento, que otro está vendiendo el carro, por el radio hay una colecta pública…
Esto no se da en Colombia, porque hemos avanzado más que esos países y eso no se reconoce. Muchas veces los medios de comunicación presentan el sistema de salud con una obsesión por el caso particular, hay un millón de atenciones en salud todos los días, pero las únicas que se presentan son los casos en los que algo malo pasa y esa obsesión por el fracaso nos lleva muchas veces a no valorar lo bueno”.
Siendo un ateo declarado, algunos sienten curiosidad por sus reflexiones es pirituales en ese momento. ¿La enfermedad lo llevó a replantearse su escepticismo?
“No en ese sentido estricto, de manera consciente o inconsciente, a pensar en acercarme a la religión. Sí puedo decir que la enfermedad me llevó a reflexionar sobre nuestra finitud, sobre la muerte, sobre el significado intrínseco de la existencia, sobre lo que llamo mirar al abismo de la nada y preguntarme qué es esto. Y ahí es donde digo, y cito una frase que me gusta mucho del poeta venezolano Rafael Cadena, ‘la poesía es la única religión que le va quedando a los hombres’. En mi caso la poesía, el amor a mi familia y amigos fueron mis polos a tierra, de lo que yo me aferré, lo que me dio fuerzas para levantarme todos los días durante momentos difíciles, más que la religión organizada o la creencia en un dios omnisciente y todo poderoso que estaba pendiente de mis angustias. Nunca lo pensé de esa manera”.
Su forma de rezar era leyendo poesía. ¿Escribir lo ayudó?
“Bastante, yo seguí escribiendo, escribo en mi blog, lo hice durante mi enfermedad. Algunas veces hago reseñas de libros en Amazon, como lo hacen millones de lectores de todo el mundo y lo seguí haciendo. Me acompañé de los libros que siempre están por ahí, tengo una maleta en la que cargo una libretica, los tengo en la mesa de noche. A los que nos gustan, estos nos ocupan todos los espacios”.
Dice que la enfermedad no le cambió su visión del universo. ¿Qué sí cambió en usted?
“La urgencia de vivir cada día con mayor plenitud y hablando de temas particulares, no lo digo en el libro así, soy mucho más modesto en cuanto a mis aspiraciones profesionales, me importan menos: no tener otro puesto, tener cierta visibilidad, cierto éxito entre comillas. Hoy en día me importa mucho menos, yo lo que quiero es estar en un ámbito más estrecho, tal vez seguir escribiendo, pero lo que ahora quiero es vivir más tranquilo”.
Tiene un poema tatuado en el brazo que habla sobre la celebración de la vida, pero en Hoy es siempre todavía menciona lo fácil que se pierde esa capacidad de celebración de lo pequeño. ¿Los adultos tienen que estar cerca de la muerte para recuperar eso?
“Yo creo que sí, que todos los días vamos perdiendo la capacidad de asombro. Hay un poema de un salvadoreño casi olvidado y más recordado por su asesinato a manos de sus compañeros de lucha en esa locura religiosa que fue la guerra de guerrillas de Latinoamérica; y él escribió: “Necesitamos a alguien que nos sacuda del orín de los días”, porque lo vamos perdiendo poco a poco. Carl Sagan dijo: “Si no fuera tan peligroso yo recomendaría estar cerca a la muerte, porque de alguna manera nos revela la urgencia de la vida” .
Fuente: El Colombiano