Una preocupante situación social, política, económica y sanitaria atraviesa Colombia, producto de una situación por todos conocida, la pandemia por el nuevo coronavirus, que ha traído consigo elevados índices de desempleo, más medidas restrictivas e incluso la posibilidad de que se establezca una reforma tributaria, que tienta a buena parte de la sociedad a sucumbir en el deseo de acabar con el sistema, mientras que el virus ataca con fuerza en su tercer pico epidemiológico.
Estas son solo parte de las razones, por las que buena parte de gremios y sectores activos del país han decidido, contra viento, marea y COVID-19, salir a manifestar y sumarse a un Paro Nacional, que inicialmente se convocó para hoy.
Históricamente, el derecho a la protesta ha sido protegido y consagrado en la Constitución Política de 1991 en su artículo 37 en el que se estipula que, «toda parte del pueblo puede reunirse y manifestarse pública y pacíficamente». En Colombia, sin embargo, hay una clase política con pensamiento en la constitución de 1986, que practica la lógica del Estado de sitio y la represión hacia las movilizaciones sociales. El pacifismo que da derecho a las manifestaciones, por lo general, da lugar a las conductas anárquicas que sacan de contexto constitucional a las manifestaciones y las convierte en motines civiles.
Pero, más allá del deseo de alzar la voz y de hacerle sentir al Gobierno nacional el deseo que tiene la ciudadanía de ser escuchada, existe una realidad sanitaria que podría arremeter contra la vida de una manera aún más despiadada. A la fecha, por solo nombrar una ciudad, Bogotá tiene disponibles 166 camas en Unidad de Cuidados Intensivos y sólo ayer, reportó 4.075 nuevos casos de COVID-19.
La situación sanitaria en el país es delicada. Nuevas variantes de la enfermedad, más contagiosas, ya circulan en el país y, aunque aún no son dominantes, su veloz propagación le hace pensar a las autoridades nacionales que pronto lo serán.
Para hoy un sector activo e importante de la economía había organizado y convocado a un paro nacional, acompañado de manifestaciones en varias partes del país, pero, y dadas las condiciones en las que se encuentra el sistema de salud colombiano, el Tribunal Administrativo de Cundinamarca emitió un auto que decreta medida cautelar suspendiendo las autorizaciones para tal fin.
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Si bien la vacunación contra la COVID-19 va encaminada en el país, aún falta un largo camino que recorrer para llegar a la meta de lograr la inmunidad de rebaño. Aunque las negociaciones están dadas, la oferta mundial de vacunas COVID-19 no es tan amplia y las dosis se van entregando a cuenta gotas a los países no productores. Por otro lado, se desconoce con precisión el tiempo de inmunidad que otorgan estos antídotos.
Un panorama de salud muy incierto en medio del deseo de la ciudadanía de rechazar medidas gubernamentales y situaciones sociales tan preocupantes y dañinas como el mismo coronavirus.
Las protestas en otras latitudes no han acabado con la pandemia
Hechos trascendentes como la muerte de George Floyd en mayo del año pasado en Estados Unidos desataron furia en pleno primer pico epidemiológico, cuando aún la posibilidad de inmunización estaba lejos. Pero, algunos movimientos han encontrado nuevas ecuaciones y estrategias para mantenerse activos en ese intento de hacer conocer su rechazo hacia ciertas políticas de Estado.
Muchos jóvenes activistas siguen con sus protestas semanales sobre urgencia climática, solo que ahora las hacen en Internet, por medio de tormentas de tuits y del desarrollo de herramientas de promoción de los movimientos ciudadanos, programas de formación en la red y páginas web sobre el cambio climático.}
Otros activistas de Reino Unido han impulsado seminarios sobre cómo crear movimientos de protesta o de ayuda mutua. Movimientos a lo largo y ancho del mundo se han adaptado a la situación y se coordinan de forma remota, amplían su red de apoyo, mejoran sus métodos de difundir mensajes y planifican estrategias futuras.
Un artículo publicado en la revista Science Direct habla de la hipótesis de que todas las protestas comparten características comunes: son redes activistas que confluyen en el espacio público así como en el ciberespacio, demandando y ejerciendo una democracia anhelada, protestando contra el status quo.
La idea de red tiene un gran peso en estas movilizaciones en tres dimensiones:
1. La red como forma de organización laxa diferente a la de los partidos políticos, los sindicatos o las agrupaciones jerárquicas.
2. La red como estructura de comunicación (a través de Internet y las redes electrónicas).
3. La red como ideal normativo, es decir la calidad prefigurativa de la comunicación y la organización horizontal no es solamente una forma de protesta sino una forma de hacer y actuar el otro mundo posible.
«La red es un performativo político, donde se comienza a vivir aquello por lo que se lucha, por tanto, no es extraño que en este ciclo de protestas aparezca la demanda de democracia real ya, como un denominador común que tiene que ver con la misma forma de actuar y organizarse, tanto en los casos de las manifestaciones contra la crisis económica como contra las dictaduras».
El secreto de manifestaciones menos arriesgadas y más acordes con la coyuntura sanitaria actual, radica en estrategias de organización, enfoque de objetivos, conocimiento y uso de tecnologías en pro de alcanzar la meta, más allá de aglomeraciones colectivas que, en medio de la adrenalina provocada por el contexto, terminan, tradicional y culturalmente, en interacciones violentas, que lanzan a las personas en el precipicio que es la COVID-19.