Durante varias etapas de la vida, el ser humano experimenta cambios abruptos que le hacen modificar sus hábitos alimenticios de manera repentina y en una orientación negativa. La infancia y la adolescencia son dos de los momentos más trascendentales en este sentido: en un primer momento por los llamados picos de crecimiento y en un segundo momento por las etapas en donde se forja la personalidad y se explora la capacidad de tomar decisiones, entre ellas comer. Pero, ¿cómo identificar cuando un problema de alimentación no es solo una etapa?
Una interesante publicación ha hecho la doctora María Fernanda González Medina, gastroenteróloga y especialista en nutrición pediátrica. La experta asegura que, en la historia de la alimentación de un niño que presenta conductas selectivas (dificultad para ser alimentado o alimentarse más allá de estos periodos temporales) hay algunos datos que pueden orientar de forma temprana respecto a la necesidad de una evaluación:
1.- Dificultad para establecer la lactancia y/o para adaptarse a una tetina o chupón del biberón.
2.- Ausencia de interés en llevar juguetes u objetos a la boca entre los 3 – 6 meses.
3.- Inicio y progresión de alimentación complementaria difícil.
4.- Necesidad constante de distractores para que logre comer.
5.- Presenta preocupación, irritabilidad y/o desborda sentimientos de enojo o angustia cuando se anuncian o suceden los tiempos de comida.
6.- Logran alimentarlo mejor mientras está dormido.
7.- Más de un cuidador reporta dificultad para alimentar al niño.
8.- Se irritan y/o no toleran tener las manos sucias.
9.- Come menos de 20 alimentos diferentes a los 2 años.
10.- Evita todos los alimentos con alguna textura en específico.
“Hay un gran número de causas asociadas, desde las médicas, sensoriales, ambientales y/o conductuales, donde se involucran diferentes especialidades para poder integrar un diagnóstico y plan de trabajo integral. Lo importante aquí es que, si se sospechas que algo no evoluciona de forma normal o esperada, es necesario buscar una valoración integral”.
Dra. María Fernanda González Medina.
Para ampliar el tema, consultamos a Romina Sánchez, nutricionista, especialista en obesidad y cirugía bariátrica, quien nos explicó que cuando los niños dejan de comer suele ser una etapa provocada por los picos de crecimiento- sobre todo después del primer año de vida. La inapetencia deja de ser una etapa y comienza a convertirse en un problema cuando el niño no aumenta de peso, no crece en altura (aunque este indicador no es tan marcado en el corto plazo) y cuando el niño siempre está irritable e inactivo.
“Cuando se está incubando una enfermedad, 48 horas antes de que se manifiesten los síntomas, los niños dejan de comer, por eso es tan importante tener reservas grasas en el cuerpo y conocer los tiempos. En este caso hay que esperar que pase la enfermedad para que el niño recupere su apetito”.
Para Sánchez, cuando un niño o bebé no come, es necesario asegurar que cumpla con un mínimo de alimentación: algún alimento que contenga calcio, algún alimento con proteína, algo de carbohidrato, algo con hierro y una fruta o una verdura. De este modo, se aseguran los nutrientes clave en su cuerpo y se evita una desnutrición oculta. Por otro lado, es necesario evaluar su nivel de selectividad para comenzar un tratamiento integral, que va desde diagnóstico médico, nutricional, conductual y emocional.
«Hay que evaluar el nivel de selectividad porque definitivamente hay niños que no comen nada o no comen comida y toman mucho biberón. Esto muchas veces es un obstáculo en la alimentación complementaria. Cuando pensamos en una alimentación adecuada según las edades, es importante considerar tres grandes grupos: hierro, alimentos energéticos y calóricos y fibras (solubles e insolubles). Las frutas y verduras son muy importantes, sobre todo por la vitamina C. El ácido ascórbico de las frutas y verduras permite la correcta absorción del hierro, entonces esos grandes grupos son importantes en la etapa de desarrollo. La proteína es importante pero no en exceso, con dos o tres porciones al día es suficiente”.
Ambas expertas coinciden en que la evaluación y diagnósticos de un niño con problemas para comer debe ser integral e interdisciplinaria. La doctora Romina Sánchez asegura que debe haber un balance entre los macro y micro nutrientes y que, según la edad, se debe cuidar el tamaño, presentación, porción y consistencia de los alimentos. “La comida debe ser saludable, poco procesada y lo menos empaquetada posible”.